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ensayo

Ires y venires, escrituras migrantes latinoamericanas judías
Leonardo Sekman, compilador

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ron publicados durante dos largas décadas en NOAJ, revista transnacional de escritores iberoamericanos judíos. Escritos entre los ires y venires —al irse de sus países, al regresar y al volver a irse— distintas prosas testimoniales y autoficcionales de migrantes argentinos, chilenos, uruguayos, peruanos mexicanos comparten la indagación del ensayo autobiográfico con la narración literaria. Y pese a la diversidad de las trayectorias migratorias, los textos tienen esenciales elementos en común: evocan a la tierra natal, elogian la lengua madre o sueñan con la tierra prometida.

Los textos testimoniales de los treinta escritores judíos latinoamericanos migrante reunidos en Ires y venires pueden ser leídos como literatura entre dos mundos. Algunos de los autores escriben desde su exilio forzoso en las décadas de 1960 o 1970, otros son sojourners que regresaron durante los ‘80 y ‘90 pero volvieron a irse y transmigran por dificultades laborales y económicas, otros como ya ciudadanos de los países de emigración. Aunque con diferentes ires y venires, todos los autores expresan la experiencia de la migritud, el sentirse extranjero, con marcas indelebles de extraterritorialidad y dislocación en sus textos como son los cambios sobre la idea de nación y ciudadanía, las mezclas idiomáticas o el entendimiento de los exilios de sus propios antepasados. La mayoría de los  textos de Ires y venires fue-

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Anónimo neoyorquino Crónicas migrantes de un nuevo siglo
Joaquín Botero 

Botero, como muchos otros latinoamericanos esperanzados, viajó a Nueva York para poner en práctica su recién adquirido título universitario en periodismo, y descubrió allí que su propia experiencia era la fuente más valiosa para ponerlo en marcha. Claro que, también como tantos otros latinoamericanos esperanzados, no fue su carrera lo que le permitió encontrar su lugar en la dinámica pero sufrida sociedad de la Gran Manzana: repartidor de comida en bicicleta, dependiente de una tienda de bollería o empleado de un hotel de categoría media, el autor padeció los cambiantes vaivenes que acechan a los indocumentados que llegan a diario a la ciudad más famosa del mundo.

Pero la mirada de Botero, aunque certera al retratar la injusticia y la dificultad de la experiencia migratoria -la suya y la de muchos de sus compatriotas colombianos- no se regodea en el malestar y la mera denuncia, y sorprende por su manera de recoger la parte de disfrute y descubrimiento que ella también significa. Y la transforma de manera vívida, entusiasta y analítica al mismo tiempo, en tres libros de crónicas que hoy equidistancias resume en este Anónimo neoyorquino, y que el lector también sabrá paladear en estas páginas.

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Nostalgia, una era imaginaria
Gabriela Guerra Rey 

En el siglo VIII antes de Cristo, Ulises torció su destino aventurero para regresar a Ítaca obligado por un sentimiento: la nostalgia. En 1968, Johannes Hofer, un médico y no poeta, la tipificó como Le mal du pays: el dolor de los que están fuera de la patria. Desde entonces la nostalgia crea lenguajes, imagos, y se convierte en cosmogonía, en padecimiento contagioso que da origen al pathos de la lejanía y la poética del exilio.

Nostalgia, una era imaginaria toma de referencia la historia del exilio cubano y la obra de uno de sus hijos, Eliseo Alberto Diego (Lichi), para desentrañar cómo este sentimiento se transforma en expresión literaria y deviene parte esencial en la historia de un país: el país de la nostalgia.  

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Cosas que no caben en una maleta
Enrique Criado

Esta obra es el fruto de los tres años en que el autor - diplomático de carrera- vivió y trabajó en Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo. No es este libro una guía de viajes, ni unas memorias, ni un diario, ni una sesuda reflexión sobre el conflicto de los Grandes Lagos. No busque aquí el lector la dirección precisa de un hotel o el horario de apertura de un restaurante. Tampoco ha pretendido Criado lanzarse a la redacción de un tratado antropológico sobre las más de cuatrocientas tribus que pueblan el Congo, ni un manual sobre su apasionante historia. Sin embargo, todos estos ingredientes se dan cita en lo que modestamente aspira a relatar en primera persona las sensaciones de un mundele (hombre blanco) cualquiera que un buen día llega al Congo para vivir y trabajar en él, aprender conociendo gente y lugares, y perdiéndose de vez en cuando por lugares no siempre transitados por sus colegas mundeles.

 

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Las tres madres de Federico García Lorca  
Marisol Téllez 

Marisol Téllez pudo haber conocido a Federico García Lorca. Los jóvenes de ambas familias andaluzas coincidían en el Madrid de los años 20. Compañeros de aulas, amistades e intereses hacia el fin de la guerra civil, junto a tantos otros, se dispersaron al salir a un exilio obligado. Téllez tenía apenas dos años de edad. Tragedia que se convirtió en la referencia constante entre las amistades que después frecuentaban las varias casas del exilio familiar, primero en México y luego en Chile. De allí nació la admiración por el poeta, y también una enorme curiosidad por las circunstancias de su obra. Y sobre todo, el papel destacado que en su génesis adquieren las mujeres de la casa: su madre Vicenta, sus nodrizas y criadas, pero también la primera mujer de su padre, doña Matilde, a quien no conoció pero escribió una vez sobre su retrato que “podría haber sido mi madre”.

Marisol Téllez, médico cirujano, hizo sus estudios en Chile. Investigando en documentos y testimonios de quienes conocieron al poeta, y hablando con familiares y amigos, Téllez aventura – probablemente por primera vez – hasta qué punto “las tres madres” pueden haber tenido influencia decisiva en algunos de los temas centrales de la obra de García Lorca.

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